jueves, 23 de febrero de 2012


James, mecenas artístico (Dalí, Picasso, Man Ray, Leonora Carrington, Magritte y Stravinsky estaban entre los artistas a los que financió durante años) y probable nieto bastardo de Eduardo VII, descubrió el paraje y concibió el proyecto durante unas vacaciones en la selva mexicana. El paso siguiente fue adquirir 30 hectáreas de terreno, un antiguo cafetal, y dedicar más de dos décadas a hacer realidad su alucinado sueño. Según sus propias palabras:

Construí el santuario para que fuera habitado por mis ideas y mis quimeras”.

Levantó columnas que no sostienen nada, escaleras que no conducen a ninguna parte, puertas que se cierran o abren al aire, y tallas de piedra de formas caprichosas. Además, pobló su estrambótico paraíso selvático con animales salvajes en libertad. Solía pasear desnudo por sus posesiones, acompañado de una cohorte de criaturas domésticas. Tras su muerte, la selva ha iniciado la reconquista del terreno; el musgo y las lianas contribuyen también, a su anárquica e imprevisible manera, a perfilar con nuevo aspecto la obra de James.


Para dar forma a toda aquella fantasía, James contó con la ayuda de tres personas. La primera fue Plutarco Gastelum, un indio que con el tiempo se convirtió en su amigo, ayudante y administrador, y que siempre se encargó de las cuestiones prácticas. Gastelum reclutó a un artesano local, el tallador José Aguilar, que realizó los moldes de madera a partir de los bocetos del propio James, que se utilizaron para el vaciado en cemento de las estructuras. Esta última fase de la tarea y su colocación fueron supervisadas por un arquitecto, Carmelo Muñoz Camacho. De forma ocasional, algunos albañiles nativos fueron contratados para colaborar en el levantamiento de las estructuras.
También hizo falta mucho dinero tanto para adquirir los materiales como para hacerlos llegar hasta el lugar; según algunos cálculos, invirtió en el proyecto entre 5 y 7 millones de dólares.
La estructura más espectacular es la llamada Casa de los Peristilos, concebida por James con la idea de convertirse en su vivienda. Tiene 9 metros de altura y nunca llegó a verla terminada. Reformada, ahora es la residencia del nuevo propietario, el arquitecto Christopher H. L. Owen, y junto con dos de las estructuras secundarias, y que se consideran las obras cumbre de James, la Casa de las Plantas y el llamado Homenaje a Marx Ernst, forma parte de la zona privada, vedada al público.

Sir Edward James definió su obra como “una casa que tiene alas y en la noche canta“. Creo que no se puede definir mejor el lugar que como él lo hizo.
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