James, mecenas artístico (Dalí,
Picasso, Man Ray, Leonora Carrington, Magritte y Stravinsky estaban entre los
artistas a los que financió durante años) y probable nieto bastardo de Eduardo
VII, descubrió el paraje y concibió el proyecto durante unas vacaciones en la
selva mexicana. El paso siguiente fue adquirir 30 hectáreas de terreno, un
antiguo cafetal, y dedicar más de dos décadas a hacer realidad su alucinado
sueño. Según sus propias palabras:
“Construí el santuario para que
fuera habitado por mis ideas y mis quimeras”.
Levantó columnas que no sostienen
nada, escaleras que no conducen a ninguna parte, puertas que se cierran o abren
al aire, y tallas de piedra de formas caprichosas. Además, pobló su
estrambótico paraíso selvático con animales salvajes en libertad. Solía pasear
desnudo por sus posesiones, acompañado de una cohorte de criaturas domésticas.
Tras su muerte, la selva ha iniciado la reconquista del terreno; el musgo y las
lianas contribuyen también, a su anárquica e imprevisible manera, a perfilar
con nuevo aspecto la obra de James.
Para dar forma a toda aquella
fantasía, James contó con la ayuda de tres personas. La primera fue Plutarco
Gastelum, un indio que con el tiempo se convirtió en su amigo, ayudante y
administrador, y que siempre se encargó de las cuestiones prácticas. Gastelum
reclutó a un artesano local, el tallador José Aguilar, que realizó los moldes
de madera a partir de los bocetos del propio James, que se utilizaron para el
vaciado en cemento de las estructuras. Esta última fase de la tarea y su
colocación fueron supervisadas por un arquitecto, Carmelo Muñoz Camacho. De
forma ocasional, algunos albañiles nativos fueron contratados para colaborar en
el levantamiento de las estructuras.
También hizo falta mucho dinero
tanto para adquirir los materiales como para hacerlos llegar hasta el lugar;
según algunos cálculos, invirtió en el proyecto entre 5 y 7 millones de
dólares.
La estructura más espectacular es
la llamada Casa de los Peristilos, concebida por James con la idea de
convertirse en su vivienda. Tiene 9 metros de altura y nunca llegó a verla
terminada. Reformada, ahora es la residencia del nuevo propietario, el
arquitecto Christopher H. L. Owen, y junto con dos de las estructuras
secundarias, y que se consideran las obras cumbre de James, la Casa de las Plantas
y el llamado Homenaje a Marx Ernst, forma parte de la zona privada, vedada al
público.
Sir Edward James definió su obra
como “una casa que
tiene alas y en la noche canta“. Creo que no se puede definir
mejor el lugar que como él lo hizo.
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