lunes, 8 de octubre de 2012

LEYENDAS CHIAPANECAS


Cuando no se contaba con la radio ni con la televisión, las familias se congregaban alrededor del abuelo, de los papás, de tíos para escuchar relatos, leyendas que de generación en generación se venían transmitiendo, que versaban sobre algunos hechos corregidos y aumentados gracias a la imaginación de los que gustaban hacer esos relatos.
Hubo cuentistas que sin tener estudios literarios, por su imaginación recreaban con sus cuentos a los hijos, a los nietos, en los velorios. Así se recuerda a don Prudencio Aguilar, de quien se dice los cuentos de tío Prude.
El platicón de don Bucho Valerio, quien no podía estar callado por esta contando cuentos, chismes, algo que sucedió en el pueblo. En Juan Crispín es famoso todavía Luis Toalá, quien puede estar contando toda una noche cuentos macabros de brujas y espantos.
Varias son las leyendas que se cuentan a lo largo y ancho del Estado, con la gracia y lenguaje propio de nuestra tierra… Para ustedes , para su recreación y para que conozcan más de nuestro MÁGICO ESTADO… CHIAPAS!


EL SOMBRERÓN 
Con frecuencia se escucha en nuestro pueblo "seguro, tiene tratos con el diablo", otro "como no va a tener dinero si en la casa que acaba de comprar encontró un buen entierro, hallando mucha plata y mucho oro en monedas y alhajas", sobre todo en aquellas familias que de repente empiezan a hacer uso de su dinero.
Estos comentarios se escuchaban entre los vecinos de uno de los barrios de Tuxtla a principios del siglo, en aquellos años cuando lo que se contaba en leyendas o tradiciones lo afirmaban como si fueran hechos reales; otras veces los casos de las leyendas los relacionaban con personajes del lugar.
Así sucedió, cuando los vecinos de doña Moni, se dieron cuenta que tenía mucho dinero, de que sus fiestas de ensartadas de flores en el mes de mayo eran muy espléndidas. Ya que echaba la casa por la ventana ofreciendo a sus invitados suculenta y abundante comida: sopa de pan, un buen mole de jolote y un sabroso estofado. Otras veces el tradicional puxaxé con sus respectivos cananés, el zispolá si se llevaban a cabo un mequé en su casa, con motivo de la sentada de las vírgenes de Copoya o si llegaba a ser priosta del Belén; ocasiones en que lucía su buen costal de azul añil, tejido en telar de cintura en la casa de la tía Flora, su blanco huipil con bonitos bordados en la bocamanga y para cubrir su cabeza unos encajes hermosos que le caían a los lados, medio cubriéndole sus aretes de canasta y corales. En estas fiestas lucía también su rosario de rojos corales con mediecitos guatemaltecos para marcar los misterios, una gruesa cruz de filigrana hecha por don Juan Mará, aparte, su collar de rojos corales y cuentas de oro de trecho en trecho, sus anillos de planchita y su buen paliacate en la cintura para bailar.
Contaban los vecinos del barrio que cierta ocasión doña Moni se dirigía a su terreno por el rumbo de Copoya para recoger nanchis y malucos cuando de repente se le presentó un hombre muy galante, como para ella, pues cabe decir que era güera, alta y galana, apuesta como resultado de saber llevar en la cabeza el típico jicalpextle.


El galán aparecido portaba un buen traje de charro, algunas veces, otras se presentaba con vestimenta zoque. En esta ocasión lucía apretado calzón negro de paño con botonadura de plata en los costados, al igual que la chaqueta; un elegante charro galoneado, espuelas de plata, relucientes botines y una corbata escarlata que hacía resaltar su apostura y grandes bigotes.
Salió al encuentro de la Moni, diciéndole que estaba muy guapa; le habló por su nombre sin conocerla, por lo que ésta se quedó asustada pensando entre sí ¿cómo es que sabe mi nombre este cristiano? El galán se acercó a ella y tratando de tomarle las manos y hasta de abrazarla de la cintura, le decía que se fuera con él, que en la cueva donde vivía tenía muchos cofres con tesoros, que allí podía tomar alhajas, monedas de oro y todo cuanto quisiera.
Cuando dijo que vivía en la cueva se sorprendió y recordó que así le habían hablado del "Sombrerón". Al pensar en eso se le enchinó el cuerpo y trató de escapar lo más pronto posible, pero ella sentía que se le aguadaban las piernas y que no podía correr. Invocó al Señor de las Ampollas del Trapichito haciendo al aire unas cruces y al momento desapareció aquel extraño varón. Rápidamente se regresó a su casa pero siempre con la tentación del ofrecimiento que le había hecho el galán, se decía entre sí "voy a regresar otro día, a lo mejor esta es mi suerte".
Y así lo hizo, y este personaje se le volvió a aparecer casi por el mismo lugar que en la ocasión pasada, elegantemente vestido con un "Nacamandoc". En cuanto divisó a la Moni, pronto se encaminó a su encuentro y la tomó de las manos; como por encanto puso en ella una gruesa cadena de oro con su respectiva cruz de filigrana, unos aretes de canasta y doce anillos de planchita. La Moni abrió tremendos ojos, preguntándole: ¿qué más me vas a dar?, al momento puso a sus pies mucho dinero, macacos, pesos de balancita, más alhajas, unos buenos rollos de brocado, hasta ropa donde se dejaba ver encajes y calados.
Pero eso no paró allí, pronto le dijo que si quería ser siempre joven galana y sana, pronto respondió que sí, a lo cual le dijo el galán: pues ven conmigo a darte un buen baño en el arroyo de la cueva de Cerro Hueco. Como por encanto al momento se vio en el claro arroyo, sintiendo que su cuerpo estaba más liviano y terso. Lo malo fue que, al mismo tiempo iba sintiendo más fuerte olor a azufre, por lo que pronto trató de huir, pero eso sí, no soltó lo que había recibido. Al hacer lo mismo que la vez anterior y rezando algo entre sí, desapareció el personaje.
Cuando regresó a su casa contó que se había encontrado con un hombre muy guapo, rico y bien vestido, sin contar lo que le había dado ni lo de los tesoros. Después de hacerles a los vecinos una descripción perfecta, todos al unísono le dijeron ¡es el sombrerón que se te apareció!
Cuando se dieron cuenta de que la Moni contaba con alhajas, que era muy espléndida empezaron a divulgar que estaba vendida con el diablo, que cuando se muriera su alma iba a estar penando si no repartía entre los pobres su riqueza. Como todo eso llegó a sus oídos, pronto fue a confesarse recibiendo de penitencia cien rosarios diarios, que repartiera sus tesoros con los pobres y que diera más barata la carne de "cochi" que vendía en el mercado.

Trató de hacer todas las penitencias, pero lo hizo a medias, por lo que, cuando murió su alta estuvo penando; oyéndose quejidos y lamentos junto al templo del barrio; como vendió la casa a uno de sus descendientes el que la compró, dicen que encontró todos aquellos tesoros enterrados.


EL MISTERIOSO RELOJ DE CHIAPA DE CORZO 
Esta historia se da lugar en Chiapa de Corzo en la primera mitad del siglo XVII, donde vivía don Alberto Cerda, un rico terrateniente. Jacinto López, su principal criado se encontraba en un estado de salud delicado, y se encontraban esperando su fallecimiento, y así fue, dejando bajo la tutela de don Alberto a su hijo José. El niño fue criado con ciertos privilegios sobre los demás muchachos de la hacienda, de los cuales doña Caridad, esposa de don Alberto, nunca quiso que le fueran dados al pequeño, y a que ella era despiadada y arrogante. Y eso no era todo, pues el matrimonio tenía una hija llamada Concepción, que contaba con la misma edad que José.

Pasado el tiempo, ambos muchachos crecieron, José seguía de criado y Concepción que cada día era más linda, encerrada en su casa. Su único paseo era el que hacía con su papá por las márgenes del río, llevando a José como remero.

El muchacho se enamoró de ella, don Alberto estuvo de acuerdo con el noviazgo, pero no así doña Caridad, y no teniendo a nadie de la casa de su parte, buscó la ayuda de un joven rico y tenorio del pueblo, Fernando Gutiérrez, el cual según doña Caridad siempre había deseado cortejar a su hija, y sin pérdida de tiempo le propuso que se llevará a Concepción lejos de la hacienda y la amara, así todo terminaría con el casamiento de ambos jóvenes.

Fernando tuvo la oportunidad de cometer su fechoría, pero ésta no salió como lo habían planeado, pues resultó que la muchacha se defendió, y este al sentirse despreciado e impotente, sacó un puñal y lo clavó en el pecho de la joven. Cuando recapacitó de lo que acababa de hacer, corrió al lado de doña Caridad con una mentira, diciendo que Concepción prefirió morir antes que traicionar a José y que sorpresivamente le sacó el puñal que siempre llevaba en su cinto y antes que pudiera evitarlo, se partió el corazón.

Doña Caridad, que nunca esperó esta tragedia, lo único que hizo fue arreglar un nuevo trato, en donde le echaba la culpa de la muerte a José, quien fue juzgado y condenado a morir en la horca, exactamente cuando el reloj de la plaza tocara la primera campanada de las doce de la noche. Por su parte don Alberto, que se encontraba deshecho, descargaba toda su ira en el infeliz de José, creyéndolo, de igual modo, culpable.

Llegado el día de la ejecución, toda la gente del pueblo se congregó en la plaza, y al llegar la hora, las manecillas del reloj marcaron las doce de la noche, pero jamás se escuchó ninguna campanada. El pueblo de Chiapa vio asombrado que los minutos transcurrieron sin que las campanas sonaran. Así el reloj salvó la vida de José.

Fernando, que hasta entonces presenciaba la ejecución, de repente enloqueció y comenzó a gritar: "Yo la Maté", "Yo la maté", al mismo tiempo que acusaba a doña Caridad como su cómplice.

Días después, en lugar de José, Fernando fue colgado y doña Caridad encerrada por cómplice.
Aparentemente todo volvió a la normalidad en el pueblo, pero sus habitantes recordarían aquella noche del 9 de agosto, en que el misterioso reloj de la plaza de chiapa había salvado a un hombre inocente.

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