jueves, 19 de abril de 2012
Conocer mi interior, reconocer mis molestias y cambiarlas!!!
Cada vez que se
enojan con alguien, cada vez que se sienten víctimas de una ofensa o agresión,
“saben” que fueron tratados de una manera injusta o desconsiderada, que no han
recibido el trato que se merecen. Ese maltrato les provoca una “razonable”
sensación de inquietud o malestar, y en ese punto frecuentemente reclaman (o al
menos sienten el derecho a recibir) algún tipo de compensación de parte de
quien agrede, y aunque no sea más que una disculpa, el reconocimiento de que
efectivamente fueron maltratados, les alivia la CULPA.
Muchas veces
comentan estos incidentes con quien se topan. Se los cuentan lógicamente, tal
como los han percibido, es decir, mostrando con refulgencia lo injustos o injustas
que han sido con ustedes. Los y las escuchas, naturalmente, suelen darles la
razón porque todos comparten la misma manera de interpretar estas situaciones.
Hoy voy a
proponerte una interpretación diferente acerca de qué es realmente una ofensa,
cuál es el verdadero significado del enojo que te provoca y, finalmente, qué es
el perdón y cómo alcanzarlo.
Ante todo, te
invito a recordar situaciones que te han causado dolor y en las que te resulta
difícil perdonar, pero que objetivamente no hayan sido muy graves, que no hayan
provocado “daños irreparables”. Te pido esto sólo para facilitar la exposición
y la aceptación de estas ideas; luego, revisando situaciones “más serias”,
podrás comprobar si realmente tienen realmente valor.
Vamos a ver:
algunas veces te resulta muy sencillo perdonar, incluso en circunstancias en
las que sabes que otras personas no pueden hacerlo. Y otras veces eres TÚ quien
no perdonas ni aún deseándolo sinceramente. Esto te permite concluir que para
que haya verdadero enojo no basta con que la situación que lo provoca tenga
determinadas características; es necesario además que el que la percibe tenga
“algo”, “algo” que lo hace reaccionar con enojo. Más aún, quienes no tienen ese
“algo”, pueden presenciar o verse envueltos en situaciones que te enojan, pero
sin sentir afectación alguna en absoluto.
Bien. Pero
entonces…
¿Qué es ese misterioso “algo” que
previamente debes tener en ti para que una determinada situación, acción o persona te resulte tan irritante como para
hacerte enfurecer?
Tal vez ya
conozcas la respuesta a esta pregunta. Probablemente ya la hayas escuchado
alguna vez. Pero no es frecuente que la gente la acepte y que saque provecho de
ese conocimiento en su vida cotidiana. Entre otras cosas porque contradice el
“sentido común”, y también porque niega la legitimidad de algunas de sus
emociones más arraigadas, de las que habitualmente no desconfian.
Lo que los enoja
de cierta forma de alguien o lo que les molesta de una determinada situación
que les toca enfrentar, es que les muestra, tal como si fueran un espejo, un
rasgo o un conflicto que en realidad es suyo, propio de cada uno y una de
ustedes, y que forma parte de su mundo interior.
La situación,
acción o la persona que los enoja, recrea frente a ustedes una característica
propia, de su personalidad. Pero no una característica cualquiera… No, no,
no!!!... sino una con la que no están conformes, que les resulta especialmente
desagradable y a la que combaten en ustedes mismos. Este proceso por el cual ven
“afuera” rasgos o
conflictos que llevan “adentro” se conoce como proyección,
pero no es precisamente algo nuevo, no CLARO QUÉ NO!!!.
El descubrimiento
es que pueden sacar provecho de estas situaciones, acciones o personas que
tanto los afectan, porque les permiten descubrir aquellas características suyas
que les contrarían profundamente o aquellas actitudes injustas o
desconsideradas que tienen hacia ustedes mismos y que tanto dolor les provocan…
Y para qué vivir así NO?
Y para
reconciliarse con ustedes mismos, para aceptarse, para quererse, para amarse,
para aumentar su nivel de autoestima, es necesario que conozcan esas
características que consideran negativas, que entiendan que corresponden a un
cierto estado de evolución y de aprendizaje en el que se encuentran en ese
momento, que las acepten con tolerancia y comprensión, y que se amen profundamente aún
teniéndolas, de la misma manera en que les resulta muy fácil amar a un niño, a
un animalito aunque, lógicamente, también ellos tengan que completar su
evolución y aunque todavía le queden muchas cosas por aprender.
Comprendido este
proceso, identificado el verdadero origen de tu enojo, ya no resulta posible sustentarlo
ni mantenerlo por mucho tiempo. Tienen por delante, entonces, un nuevo desafío,
mucho más estimulante que el de pelearse (sin posibilidad de éxito) contra la
realidad, y mucho más agradable que el de tratar de obligar a los demás a que
se ajusten a tus exigencias. Es el desafío de amarte… de amarte incondicionalmente.
Y perdonar,
entonces, es muy fácil. Es la lógica consecuencia de comprender que nunca
existió la ofensa que habías percibido. Que el dolor experimentado era real,
sí, pero que la herida te la has causado tú, hace mucho, mucho; pero mucho
tiempo atrás.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar, favor de registrarte.