-Llamamos
compasión a la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la
voluntad de aliviar sus penas, pero a menudo somos incapaces de llevar a la
práctica lo que nos proponemos, y esa hermosa palabra muere sin haber dado sus
frutos.
¿Qué es la compasión? La
compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. Gracias a
ella aspiramos a alcanzar la iluminación; es ella la que nos inspira a
iniciarnos en las acciones virtuosas que conducen al estado del buda, y por lo
tanto debemos encaminar nuestros esfuerzos a su desarrollo.
Si deseamos tener un
corazón compasivo, el primer paso consiste en cultivar sentimientos de empatía
o proximidad hacia los demás. También debemos reconocer la gravedad de su
desdicha. Cuanto más cerca estamos de una persona, más insoportable nos resulta
verla sufrir. Cuando hablo de cercanía no me refiero a una proximidad meramente
física, ni tampoco emocional. Es un sentimiento de responsabilidad, de
preocupación por esa persona. Con el fin de desarrollar esta cercanía es
necesario reflexionar sobre las virtudes implícitas en la alegría por el
bienestar de los otros. Debemos llegar a ver la paz mental y la felicidad
interna que se deriva de ello, al mismo tiempo que reconocemos las carencias
que provienen del egoísmo y observamos cómo este nos induce a actuar de un modo
poco virtuoso y cómo nuestra fortuna actual se basa en la explotación de
aquellos que son menos afortunados.
Esfuerzo Comunitario
También resulta vital
reflexionar sobre la amabilidad de los otros, conclusión a la que se llega
asimismo gracias al cultivo de la empatía. Debemos reconocer que nuestra
fortuna depende realmente de la cooperación y la contribución de los demás.
Todos y cada uno de los aspectos de nuestro actual bienestar son debidos a un
duro trabajo por parte de otros. Si miramos a nuestro alrededor y vemos los
edificios en los que vivimos, las carreteras por las que viajamos, las ropas
que llevamos y los alimentos que comemos, tenemos que reconocer que todo ello
nos ha sido provisto por otros. Nada de eso existiría si no fuera por la
amabilidad de tanta gente a la que ni siquiera conocemos. Contemplar el mundo
desde esta perspectiva hace que crezca nuestro aprecio hacia los otros, y con
él la empatía y la intimidad con ellos.
Debemos trabajar para
reconocer la dependencia que sufrimos de aquellos por quienes sentimos
compasión. Este reconocimiento les acerca aún más a nosotros si cabe. Hace
falta mantener la atención para ver a los demás a través de lentes libres de
egoísmo. Es importante que nos esforcemos por distinguir el enorme impacto que
los demás causan en nuestro bienestar. Cuando nos resistamos a dejarnos llevar
por una visión del mundo centrada en nosotros mismos podremos sustituir esta
visión por otra que incluya a todos los seres vivos, pero no debemos esperar
que este cambio de actitud se produzca de forma repentina.
Reconocer el Sufrimiento
de Otros
Tras el desarrollo de la
empatía y la cercanía, el siguiente paso importante para cultivar nuestra
compasión consiste en penetrar en la verdadera naturaleza del sufrimiento.
Nuestra compasión por todos los seres debe emanar del reconocimiento de su
sufrimiento. Una característica muy específica de la contemplación de ese
sufrimiento es que tiende a ser más poderosa y eficaz si nos concentramos en el
dolor propio y luego ampliamos el espectro hasta alcanzar el sufrimiento de los
otros. Nuestra compasión por ellos crece a medida que reconocemos su propio
dolor.
Todos simpatizamos de
forma espontánea con alguien que está pasando por el sufrimiento evidente
asociado a una dolorosa enfermedad o a la pérdida de un ser querido. Es un tipo
de sufrimiento que en el budismo recibe el nombre de sufrimiento del
sufrimiento.
Sin embargo, resulta más
difícil sentir compasión por otro tipo de sufrimiento —el sufrimiento del
cambio, según los budistas—, que en términos convencionales consistiría en
experiencias placenteras tales como disfrutar de la fama o la riqueza. Se trata
de otro tipo muy distinto de sufrimiento. Cuando vemos que alguien alcanza el
éxito mundano, en lugar de sentir compasión porque sabemos que un día ese
estado acabará y esa persona deberá enfrentarse al disgusto asociado a toda
pérdida, nuestra reacción más habitual suele ser la admiración y a veces
incluso la envidia. Si hubiéramos llegado a comprender de verdad la naturaleza
del sufrimiento, reconoceríamos que esas experiencias de fama y riqueza son
temporales y portadoras de un placer fugaz que se esfumará y dejará al afectado
sumido en el sufrimiento.
Existe también un tercer
nivel de sufrimiento, aún más profundo y más sutil, que experimentamos
constantemente, como consecuencia del carácter cíclico de nuestra existencia.
El hecho de estar bajo el control de emociones y pensamientos negativos está en
la misma naturaleza de esa existencia; mientras sigamos bajo su yugo, vivir es
ya una forma de sufrimiento. Este nivel de sufrimiento impregna todas nuestras
vidas, condenándonos a girar una y otra vez en círculos viciosos llenos de
emociones negativas y acciones no virtuosas. Sin embargo, esta forma de
sufrimiento resulta difícil de reconocer, pues no se trata del estado de
desdicha evidente implícito en el sufrimiento del sufrimiento, ni lo opuesto a
la fortuna o al bienestar, como apreciábamos en el sufrimiento del cambio. Este
tercer tipo de sufrimiento, sin embargo, alcanza un nivel más profundo y se
extiende a todos los aspectos de la vida.
Una vez que hemos
cultivado una profunda comprensión de los tres niveles de sufrimiento en
nuestra propia experiencia personal, resulta más fácil desviar el foco de
atención hacia los otros. Desde ahí podremos desarrollar el deseo de verles
libres de todo sufrimiento.
Cuando conseguimos
combinar un sentimiento de empatía por los otros con una profunda comprensión
del dolor que sufren, llegamos a sentir una verdadera compasión por ellos. Es
algo en lo que debemos trabajar continuamente. Podemos compararlo con el
proceso de encender un fuego frotando dos palos: sabemos que hay que mantener
una fricción constante para prender fuego a la madera. De la misma forma,
cuando trabajamos en el desarrollo de cualidades mentales como la compasión
debemos aplicar las técnicas mentales necesarias para provocar el ansiado
efecto. Abordar esta cuestión de modo fortuito no comporta ningún beneficio.
Amor-Bondad
Al igual que la
compasión es el deseo de que todos los seres queden libres de sufrimiento, el
amor-bondad es el deseo de que todos disfruten de la felicidad. Como en la
compasión, el cultivo del amor-bondad debe comenzar tomando a un individuo específico
como centro de la meditación, y luego ir extendiendo el alcance de nuestra
preocupación hasta que este llegue a abrazar a todos los seres vivos. De nuevo,
debemos empezar eligiendo a una persona neutral, a alguien que no nos inspire
fuertes sentimientos, como objeto de nuestra meditación; luego lo ampliaremos a
personas que forman nuestro círculo familiar o de amigos y, por último, a
nuestros enemigos.
Debemos usar a un
individuo real como centro de nuestra meditación, y después volcar toda nuestra
compasión y benevolencia en esta persona para poder experimentar ambos
sentimientos hacia otros. Hay que trabajar con una persona en cada ocasión, ya
que, de otro modo, la meditación adquiriría un sentido muy general. Cuando
relacionamos esta meditación específica con individuos que no son de nuestro
agrado, podríamos pensar: «Oh, es solo una excepción».
Meditar sobre la
Compasión
Si nos mueve el sincero
deseo de desarrollar la compasión, es preciso que dediquemos más tiempo a ello
del que requieren las sesiones de meditación habituales. Es un objetivo al que
debemos comprometernos con todo nuestro corazón. Si disponemos de un período de
tiempo diario para sentarnos y dedicarnos a la contemplación, perfecto. Como ya
he sugerido, las primeras horas de la mañana son ideales para ello, ya que en
esos momentos nuestras mentes se encuentran especialmente claras. Sin embargo,
la compasión requiere una dedicación mayor. Durante las sesiones más formales
podemos, por ejemplo, trabajar en la empatía y la proximidad hacia otros,
reflexionar sobre su desdichada situación. Una vez que hemos generado un
genuino sentimiento de compasión en nosotros mismos, debemos aferramos a él,
limitándonos a observarlo, utilizando la meditación contemplativa que he
descrito para mantenernos centrados en ello, sin aplicarle ningún razonamiento.
Esto ayuda a enraizar esta actitud; cuando el sentimiento comienza a
debilitarse, aplicamos de nuevo razones que vuelvan a estimular nuestra
compasión. Nos movemos entre ambos métodos de meditación, al igual que los
alfareros trabajan la arcilla, primero humedeciéndola para luego darle la forma
que necesitan.
Normalmente es mejor no
dedicar mucho tiempo al principio a la meditación formal. En una noche no
generaremos compasión por todos los seres vivos, ni tampoco en un mes o en un
año. Solo con ser capaces de reducir el alcance de nuestros instintos egoístas
y desarrollar un poco más de inquietud por los otros antes de morir, ya
podremos decir que hemos aprovechado esta vida. En cambio, si nos empeñamos en
conseguir el estado del buda en poco tiempo, pronto nos cansaremos. La mera
visión del lugar donde nos sentamos para meditar estimulará nuestra
reasistencia.
La Gran Compasión
Se dice que el estado
del buda puede alcanzarse en una sola vida. Solo practicantes extraordinarios
que han dedicado muchas vidas anteriores a prepararse para esta oportunidad
pueden conseguirlo. Solo podemos sentir admiración por esos seres y tenerlos
como ejemplo para desarrollar la perseverancia en lugar de situarnos en posiciones
extremas. La mejor actitud se halla a medio camino entre el letargo y el
fanatismo.
Deberíamos asegurarnos
de que la meditación ejerza algún efecto o influencia sobre nuestras acciones
cotidianas. Gracias a ello todo lo que hacemos fuera de las sesiones formales
de meditación se convierte en parte de nuestro entrenamiento de la compasión.
No nos resulta difícil simpatizar con un niño que está en el hospital o con un
amigo que llora la muerte de su pareja. Debemos empezar a considerar cómo
mantener el corazón abierto hacia aquellos a los que normalmente envidiaríamos,
aquellos que disfrutan de riqueza y de un excelente nivel de vida. Solo
mediante la profundización en el concepto de sufrimiento obtenida durante las
sesiones de meditación somos capaces de relacionarnos con esas personas
mediante la compasión. En realidad, deberíamos entablar este tipo de relación
con todos los seres, advirtiendo que su situación siempre depende de las
condiciones del círculo vicioso de la vida. En este sentido toda interacción
con los demás actúa como catalizador en el desarrollo de nuestra compasión. Es
así como mantenemos los corazones abiertos en la vida diaria, fuera de los
períodos formales de meditación.
Luchar por Perfeccionar
Nuestra Virtud y Nuestra Sabiduría
La verdadera compasión
posee la intensidad y la espontaneidad de una madre cariñosa que sufre por su
bebé enfermo. A lo largo del día, todos los actos y pensamientos de la madre
giran en torno a su preocupación por el niño. Esta es la actitud que deseamos cultivar
hacia todo ser. Cuando la experimentemos, habremos alcanzado ya la “gran
compasión”.
Cuando alguien consigue
sentir esa gran compasión y la bondad que la acompaña, cuando su corazón se
agita en pensamientos altruistas, puede emprender la tarea de liberar a todos
los seres del sufrimiento que soportan en su existencia cíclica, el círculo vicioso
de nacimiento, muerte y renacimiento del que todos somos prisioneros. El
sufrimiento no se limita a nuestra situación actual. De acuerdo con el enfoque
budista, nuestra situación actual como humanos es relativamente cómoda. Sin
embargo, si echamos a perder esta oportunidad, nos arriesgamos a experimentar
muchas dificultades en el futuro. La compasión nos permite evitar el
pensamiento egocéntrico. Experimentamos una gran alegría y nunca caemos en el
extremo de buscar solo nuestra felicidad o salvación personales. Luchamos a
todas horas para desarrollar y perfeccionar nuestra virtud y nuestra sabiduría.
Con ese nivel de compasión, llegaremos a poseer todas las condiciones
necesarias para alcanzar la iluminación. Por lo tanto, la compasión debe ser
nuestro objetivo desde el inicio del viaje espiritual.
Hasta el momento, hemos tratado de las prácticas
que nos permiten frenar las conductas poco íntegras. Hemos discutido cómo
trabaja la mente y cómo debemos trabajar en ella de la misma forma en que lo
haríamos sobre un objeto material, aplicando ciertas acciones con el fin de
provocar los resultados deseados. Reconocemos que el proceso de abrir nuestro
corazón no es diferente. No hay ninguna receta mágica que haga brotar la
compasión o la bondad; hay que dar forma a nuestra mente de manera hábil, y con
paciencia y perseverancia veremos cómo crece nuestra preocupación por el
bienestar de los otros.
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